Estatus ontológico de los animales no humanos, ¿es relevante?

Al hablar de la parte de la ética correspondiente a los derechos de los animales nos encontramos con dos problemas fundamentales:

- ¿Qué estatus ontológico les corresponde a los animales no humanos?

- ¿Es realmente relevante su estatus a la hora de asignarles unos derechos básicos?

Solemos considerar que los animales humanos son los únicos que pueden ser objeto de derecho por ser racionales y conscientes de sí mismos; en otras palabras, superiores al resto de los animales. Pero esa supuesta superioridad se halla basada en capacidades biológicas, capacidades que siempre se han negado al resto de animales, pero que la ciencia actual ha comprobado que poseen por lo menos todos los mamíferos y algunas otras especies (como demuestra, por ejemplo, la Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, de 2012). Si esa diferencia de estatus entre humanos y no humanos se debía a estas características del ámbito de la biología, ¿no debería modificarse ya el estatus ontológico que otorgamos al resto animales?

Por otro lado, debemos considerar si dicho estatus es verdaderamente relevante a la hora de asignar derechos a los no humanos. ¿Acaso requerimos un mínimo de capacidades intelectuales a los humanos para concederles el derecho a la libertad o a la integridad física? ¿Acaso los bebés, los enfermos de alzheimer, o los discapacitados mentales severos carecen de estos derechos, pudiendo tener menos capacidades que un perro adulto? Por supuesto que no. Y esto es así porque sabemos que los humanos, a pesar de poder carecer de ciertas capacidades, lo que nunca pierden es la capacidad de sufrir. Y del mismo modo gran cantidad de animales no humanos sufren tanto física como emocionalmente al verse en cautividad, separados de sus seres queridos, o utilizados en crueles experimentos. En la Edad Media, e incluso en la Ilustración, se creía que los animales no humanos no tenían capacidad de sufrir por no tener "alma", pero hoy en día esta creencia es totalmente obsoleta, así como los usos que hacemos de ella. Se hace así necesaria una actualización de los principios que rigen nuestra sociedad, de la pirámide de los seres vivos que los propios humanos hemos decidido gobernar, y de las prácticas de consumo que de ello se derivan.